¿Qué tienen en común las personas que se pueden volver adictas al trabajo, adictas al porno, a las drogas, o simplemente adictas a las redes sociales?
El aburrimiento. Esa sensación de que la vida real no vale para nada.
Un sentimiento que cualquier población indígena no compartirá. Del mismo modo que tampoco lo hubieran hecho nuestros ancestros, cuando lo único que podían hacer era vivir el momento.
Vivir el momento porque no les quedaba otra. Tenían que sobrevivir a los peligros constantes del entorno, cazar comida a diario e intentar que su hijo no muriera a los 2 meses de haber nacido.
Paradójicamente ahora que es más fácil que nunca sobrevivir es cuando menos en paz estamos por la vida.
Porque ya no hay necesidad de vivir el momento.
Ese momento ha dejado de ser el ahora y nos empezamos a preocupar por el mañana o por nuestra vida dentro de 10 años.
Por eso nos hacemos con trabajos que odiamos a promesas de que en una década estaremos mucho mejor que hoy, pero hacer este intercambio tiene un riesgo muy elevado a cambio de un beneficio no tan grande comparativamente.
El riesgo está en que ese aburrimiento que se puede terminar traduciendo en adicciones por la falta de significado. La falta de propósito de la vida.
Necesitamos trabajar. Necesitamos apostar en algo. Necesitamos el conflicto. Necesitamos la guerra para enfrentarnos a obstáculos a los que tengamos capacidad de superar con nuestras habilidades.
No es casualidad que el estado de flow sienta tan bien (#483). En el que el reto y habilidad se juntan.
La naturaleza nos da una pista inequívoca de lo que necesitamos en la vida.
Currárnoslo teniendo un motivo para hacerlo.
Esta es la naturaleza humana.
En nuestro ADN está escrito cierto grado de crecimiento y desarrollo personal, porqué sin esta superación simplemente no sobreviviríamos.
A pesar de no ser religioso me encanta usar la frase que me ayuda a poner todo esto en perspectiva:
Al inicio de la creación, lo primero que Dios le dio a Adán no fue una mujer, no fue Eva… sino que lo primero que Dios le dio a Adán fue un trabajo que hacer.
Adán tuvo que nombrar a todos los animales que había por ese jardín, cuidarlo y lo que sea que un ser omnipotente encargue a su lacayo.
Una comparación que pone de manifiesto lo que muchos de nosotros ya sabemos.
Que el trabajo ideal incluye necesidades humanas intrínsecas (#520). Igual que el resto de animales, porqué sin actividad, sin movimiento, sin tirar hacia adelante, la vida cesa de existir.
La cuestión está en encontrar cómo trabajar y en por qué hacerlo.
Saber que lo que estamos haciendo es por un buen motivo.
Antes era fácil saberlo. Le robas la comida a los guepardos africanos para obtener alimento y sobrevivir tú y tu familia un día más, pero ahora, ¿por qué estás en el cubículo 8 horas al día si difícilmente te morirías de hambre?
Ah… la tan elevada modernización.
O debería decir: modernización descontrolada.
Pregúntale a las tribus indígenas cuantos tienen depresión. De hecho en los estudios se ve como a los indígenas que los trasladan a un entorno moderno son los que pillan depresiones más rápido que nadie1Shephard RJ, Rode A. The Consequences of ‘modernization:’ Evidence from circumpolar peoples. Cambridge University Press; Great Britain: 1996..
Nos la han vuelto a colar.
Hemos nacido ya en la rueda de la rata, aceptándola como la normalidad de las cosas.
Trabajar es más que necesario para la felicidad, pero quizás aún más necesario hacerlo de la manera (el cómo) y los motivos (el por qué) que nosotros decidamos.
Papel de trabajo en la relación naturaleza sociedad
Las carreras profesionales, el trabajo profesional se ha llevado una mala reputación en las últimas décadas.
Un 80% de los adultos no están satisfechos con sus empleos, odian los lunes y no pueden esperar a que sea viernes por la tarde o las dos semanas de vacaciones que van a tener en verano.
Lo que por cierto es interesante porque Francia es de los países con más insatisfacción laboral a pesar de ser el país que más vacaciones da por año.
El otro 20% no puede esperar a la mañana siguiente para ponerse manos a la obra con su trabajo.
Yo tengo la suerte de ser uno de ellos.
Entiendo tanto a los que me miran con cara de bicho raro cuando digo que quiero seguir haciendo lo que hago con 80 años, proporcionalmente a lo poco que ellos me entienden a mí.
Hemos demonizado a trabajar desde hace recientemente.
Al menos en tiempo de civilización humano.
Ha sido en siglos recientes que nos han hecho esclavos de esta carrera de la rata para poder alimentar las ruedas de la sociedad moderna.
Pero en los años 10.000 AC no era así.
Fue el invento de la agricultura que revolucionó desde nuestras dietas hasta la manera en cómo empezamos a pasar nuestro tiempo.
Mientras que el estilo de vida nómada nos hacía ver el trabajo como un esfuerzo generalizado totalmente multipotencial, la sociedad humana que creció (literalmente) desde la agricultura empezó a ver el trabajo como algo totalmente distinto…
Primer cambio de paradigma
La especialización.
Una especialización que se tenía que emplear en los cultivos según lo que se hacía crecer, o la estación del año a la que nos encontrábamos.
Los burros arrastraban los arados en los campos, y nosotros arrastramos la especialización hasta bien pasada la Revolución Industrial.
De la Revolución Agricultura a la Industrial hubo un cambio significativo.
Mientras que un campesino de hace 3.000 años medía el progreso de sus esfuerzos según las acciones de ese día, una fábrica del siglo XIX medía su productividad según el número de horas en las que se trabajaba.
Desde entonces empezamos a medir el tiempo.
A medirlo tan seriamente que según el historiador inglés Edward Palmer Thompson, durante el siglo XIV los gremios de las ciudades más importantes de Europa empezaron a financiar la construcción de torres de relojes para que sus ciudadanos (ahora todos trabajadores) vieren el tiempo igual que lo hacían esos gremios.
Como un recurso valioso que tenemos que contar, presupuestarse y vender.
Empezamos a cambiar la forma en como percibimos el tiempo del mismo modo en cómo empezamos a cambiar la manera de percibir el tiempo: con segundos, horas y minutos.
Haciendo que viéramos el tiempo como un bien desechable que podemos comprar, venderse e intercambiarse.
Como un bien de intercambio. Igual que el dinero.
Sería estúpido pensar que fue una coincidencia que los relojes de bolsillo se empezaran a popularizar a finales del siglo XVIII que fue justo cuando empezó la Revolución Industrial.
Con esas jornadas laborales de 10 a 16 horas que se convirtieron en la brújula de la vida de los ciudadanos.
Adultos o no tan adultos.
Desde entonces todo Dios estaba involucrado en este círculo. Esta red temporal que le iba al dedillo a las fábricas, que ahora podían decirle a los trabajadores que hicieran un horario específico. Haciendo que las empresas de trabajo literalmente alquilaran el tiempo de los trabajadores a cambio de dinero.
Segundo cambio de paradigma
Esta fue una tendencia que continuó hasta el siglo XX hasta que en los años 20, el señor Henry Ford introdujo la semana laboral que estamos acostumbrados a ver ahora: cinco días consecutivos de trabajo con dos de descanso siempre que se llegara a las 40 horas a la semana.
El tío debió ver que un trabajador que había descansado un poquito era más productivo después…
Como ir al gimnasio dos o tres días para descansar uno o dos y así estar más recuperado.
Pasaron los años.
Empezamos a dejar de trabajar tanto en fábricas pero lo que sí permaneció fue la mentalidad de vender nuestro tiempo por dinero.
La filosofía de trabajo de la revolución industrial continuaron reinando.
Pero a medida que la sociedad avanzaba tecnológicamente, iba creciendo una semilla de otra revolución que llevábamos plantando desde los avances tecnológicos para hacer las fábricas mas eficientes.
Una vez crecida, esta semilla alteraría para siempre a nivel fundamental la forma en la que los humanos interactuarían.
A finales de la década de los 70 introducimos los primeros ordenadores en los hogares y en los 90 internet empezó a estar en boca de la gente.
Cada ordenador se convirtió en un nodo online que recibía y distribuía información de todos los demás nodos en una red de conocimiento que empezó a crecer hacia límites vertiginosos.
Sólo unas décadas más tarde no sólo había ordenadores si no todos los dispositivos inalámbricos que tenemos ahora.
Una capacidad de comunicación que nos fue concedida sin la capacidad de saber manejar el ritmo de crecimiento.
Algo que cambió para siempre la forma en la que intercambiamos ideas o colaboramos entre nosotros.
Tercer cambio de paradigma
En cambio, a pesar de haber cambiado para siempre como nos comunicamos, el estándar sigue siendo ese horario de 9 a 5 para trabajar.
Lo que tiene que ser frustrante de ver. De sentir. Para aquellos que ven como hay trabajadores remotos que pueden trabajar asíncronamente.
Hay una razón por la que la satisfacción laboral está proporcionalmente ligada con el grado de respeto y significado antes que el salario (alquiler de tiempo).
Seguido muy cerca de la autonomía, la oportunidad y el crecimiento.
Son valores personales que están ligados directamente con la naturaleza humana que seguíamos manteniendo dentro a pesar de haber sido explotados durante siglos.
La sociedad industrializada se centraba en la productividad bruta exclusiva. Viendo a las personas como máquinas con el único objetivo de escalar.
Pero la sociedad conectada de hoy sólo prospera cuando creamos cosas increíbles que generan impacto para las personas.
La cultura de la innovación ha dejado de significar que se alquila el tiempo de alguien para obligarlo a estar X horas en un puesto de trabajo rígidamente definido.
No.
Se trata de colaborar, de encontrar la mejor persona para un rol específico.
Una persona que saque a relucir sus talentos, intereses y habilidades.
Cuando se combinan personas apasionadas y trabajadoras con una creencia unificada de lo que están construyendo, la cultura de la innovación permite que ese trabajo se cultive y difunda.
La creatividad y la innovación han llegado para pasar a ocupar un lugar en el propósito. La razón por la que trabajamos.
Por primera vez en nuestra historia podemos medir el propósito de nuestro trabajo por el impacto favorable que tiene en los demás en vez de los medios de supervivencia que nos proporciona a nosotros mismos.
Para qué sirve el trabajo
Trabajar es necesario porque aporta valor tanto a la sociedad como a la sensación de significado de la vida del hombre.
Algunos habréis llegado hasta aquí con la idea de que todo lo que digo, esto del propósito, significado e impacto no dejan de ser ideas de una sociedad demasiado cómoda.
Que nos estamos creyendo con un derecho de comodidad que nunca hemos tenido.
Ni siquiera en el pasado.
Quien piense así seguramente será el mismo tipo de persona que le dice a los demás que simplemente debería estar contenta de tener un trabajo. Sea cuál sea.
Que con el paro que hay en España deberías estar agradecido de tener cualquier trabajo y callarte.2Datosmacro. 2023. “Desempleo de España 2023.”
Pero no estoy de acuerdo. No lo estoy porque:
Cuando el paradigma de «cómo» trabajamos cambia, el «por qué» también lo hace.
Yuval Noah Harari lo comentaba en su libro «21 lecciones para el siglo XXI».
Decía como en este siglo no nos podemos permitirnos en lujo de la estabilidad porque si nos aferramos a una sola identidad, un trabajo o una visión del mundo, corremos el riesgo de quedarnos atrás mientras el resto del mundo nos pasa volando.
Lo hemos visto de forma clarísima en cuestión de… ¿meses? con la Inteligencia Artificial.
Montones de trabajos se han transformado en lo que yo tengo la sensación que ha sido de la noche a la mañana.
Por esto he reiterado más de una vez (#454) que los que saben cómo aprender a aprender con alfabetización digital tienen ventaja incluso sobre lo que ahora mismo sean mega especialista de algo concreto.
Para seguir siendo relevante (ya no económicamente) sino incluso dentro del entramado social, necesitamos la capacidad de aprender constantemente y reinventarnos.
Algo que sólo podemos hacer superando el reto de desechar la sabiduría industrial convencional aún con trazas presentes en las mentes y empresas que dicen ser más progresistas.
- Filosofías laborales centenarias
- Horarios de trabajo de hace siglos
- Relaciones más rígidas que mis pectorales entre jefes y empleados
Nuestro por qué ha cambiado por completo. Ya no estamos dispuestos a comernos mierda para un sueldo. Queremos mucho más que esto.
Por esto ya no vemos a personas trabajando durante décadas en la misma empresa. Sino que al igual que con las aplicaciones de citas, ahora vamos saltando de empresa a otra en busca de la cultura de empresa perfecta.
Esa que nos de más que un sueldo.
Por qué es necesario trabajar
Porque en el fondo sabemos que el trabajo no deja de ser uno de los ingredientes para una vida feliz, tal como sugiere la evidencia.
La importancia del trabajo para el ser humano es muy real y claro que no es sólo trabajar, sino que se incluyen los factores de trabajar de forma cometida en algo que te apasione.
Porque nos da esa sensación de propósito.
Da una sensación de identidad
El trabajar nos define. Forma parte de nuestra identidad. Es a lo que vamos a dedicar 6-8 horas al día.
Es el motivo por el que la mayoría te pregunta «¿a qué te dedicas?» cuando se presentan.
Una pregunta que te hará hervir la sangre… si odias lo que haces pero que contarás de forma apasionada si haces lo que tú quieres hacer.
Porque si la insatisfacción laboral reduce nuestro bienestar, lo contrario también es cierto.
Los estudios demostrarían como esta identidad que tenemos adjuntada al trabajo que hacemos, no produce un efecto multiplicador de bienestar cuando el trabajo nos reporta satisfacción.3Bryan, Mark & Nandi, Alita. (2015). Working hours, work identity and subjective wellbeing.
Mantiene el cerebro activo
Trabajar es bueno porque lo tuvimos que hacer durante cientos de miles de años para sobrevivir.
Por supuesto que la familia, el amor, las paseadas por el parque, la brisa marina y todo este rollo nos gusta e incluso es necesario también para sentir que nuestra vida es feliz y plena, pero… no tiene transcendencia.
El trabajo nos da esa sensación de reto. De solucionar problemas… que nuestro cerebro está programado para hacer a diario.
La naturaleza, nuestro cerebro ya nos está diciendo que necesitamos tener las manos ocupadas en algo. Por esto queremos alcanzar el estado de flow constantemente.
Un estado mental en el que es tanto la habilidad como el reto que se tienen que encontrar en una intersección perfecta.
Sienta tan bien entrar en flow porque estamos batallando contra el reto.
Volvemos a estar en un entorno de los problemas.
En una jungla dónde no nos queda otra que buscar soluciones.
Si los empleados felices son casi un 20% más productivos que los que lo hacen sin ganas según estadísticas.4Bellet, Clement & Neve, Jan-Emmanuel & Ward, George. (2019). Does Employee Happiness Have an Impact on Productivity?. SSRN Electronic Journal. 10.2139/ssrn.3470734.
Lo sabemos bien porque cuando se pregunta a personas con mucho éxito, con resiliencia y compromiso en comparación con grupos que lo son menos, las preguntas que separan a estos dos grupos son:
- ¿Tienes la oportunidad de aprovechar tus puntos fuertes a diario?
- ¿Tienes ganas de ir a trabajar todos los días de la semana pasada?
Ya podéis imaginar que los que responden «totalmente de acuerdo» a ambas preguntas son todos los integrantes del grupo con más éxito.5“Love and Work: How to Find What You Love, Love What You Do, and Do It for the Rest of Your Life : Buckingham, Marcus: Amazon.es: Libros.” 2023.
Crea sensación de propósito
Entrar en flow haciendo lo que quieres hacer es mucho más fácil que haciendo algo con lo que no te sientes alineado.
Difícilmente podemos encontrar algo que nos de tal sensación de propósito como el trabajo.
No estoy hablando de trabajo como empleo necesariamente (aunque sí puede serlo), hablo de mantenernos con las manos ocupadas.
Sin ambición no se empieza nada. Sin trabajo no se termina nada. El premio no se envía. Tienes que ganarlo -Ralph Waldo Emerson
El trabajo es importante en la vida social
Y esto ya sin entrar en lo importante que es el trabajo para la vida social.
Hasta el punto que muchas parejas o grupos de amigos se conocen en el trabajo, y como no va a serlo, si vas a pasar allí 40 horas a la semana.
Ni siquiera tu familia te va a ver tanto…
Después cambias de trabajo y terminas cambiando de grupo de amigos.
Bibliografía: fuentes, referencias y notas
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